28 febrero 2007

La ciencia del sueño

El aficionado al cine de terror o a las películas teen asume que para ver una buena película del género va a tener que tragarse un montón de basura. Sin embargo, los aficionados al cine raro asumen que cualquier película que se salga de lo común por cualquier motivo, realización, guión, etc... es buena per se.


Michel Gondry debutó en Human Nature con un guión de Charlie Kaufman, la película es una castaña pilonga pero la misma pareja repitió con ¡Olvídate de mí! con unos resultados espectaculares. Ahora Gondry se adentra el solito, en plan Juan Palomo, con el guión y la dirección de La ciencia del sueño. El resultado es bastante chusco.


Stéphane Miroux vuelve a Paris desde México tras la muerte de su padre. Con este punto de partida Gondry teje un todo vale intolerable. No sabemos por qué o para qué vuelve el protagonista, de hecho el tema del padre se deja de lado, lo mismo que su madre y todo lo demás. Sin embargo, Stéphane está enfermo (¿esquizofrénico?) y confunde la realidad con sus sueños y se enamora de una amiga de su vecina. Pero luego cambia de opinión y decide enamorarse sin venir a cuento de Stéphanie (la vecina). A partir aquí Gondry se tira al monte y con la excusa de meter bonitas escenas oníricas y ensalzar el reciclaje del cartón se dedica a pasar el tiempo hasta que la película se acaba. Los más llamativo son las escenas que ocurren dentro de la cabeza de Stéphane y que no aportan absolutamente nada a la película pero quedan super cool.


Con la excusa de los sueños hace lo que le viene en gana para espanto del espectador y mezcla sin orden ni concierto realidad y ficción, en este momento uno sospecha que el enfermo no es Stéphane si no el propio Gondry y los que le han dado dinero para filmar semejante disparate. Si algo se puede salvar de la película es la simpatía de Gael García Bernal y la gracia de Alain Chabat. A pesar de que miles de personas la adoran, el sex appeal de Charlotte Gainsbourg es algo que no llego a entender pero será un tema de gustos.

En fin, película de temporada que pasará al olvido en cuanto aparezca la nueva marcianada de moda.

17 febrero 2007

Cartas desde Iwo Jima

Banderas de nuestros padres, la versión americana de la Guerra de Estados Unidos contra Japón, era una película que resaltaba la diferencia entre los soldados y su patria. Todos esos chicos que sufrían en la guerra y se apoyaban los unos a los otros y morían y lloraban y perdían a sus compañeros, estaban ahí como parte irrevocable de un engranaje despiadado para ganar una guerra comercial, para apoyar una campaña de marketing mundial en la que salía victoriosa una bandera, o sea los líderes que ésta representaba.

En Cartas desde Iwo Jima, Clint Eastwood nos cuenta que en el otro bando la patria y los soldados van unidos. Japón está presente en cada uno de los soldados y de los oficiales del ejército nipón. Japón es su razón de ser, y la vida no importa, ni el compañero, porque no hay nada que tenga más importancia que el honor y el emperador. Y si hay que morir se muere, y si un americano te va a disparar, sé un hombre y suicídate primero.



Así que Eastwood reparte cartas. La película es distinta. La otra cara de la moneda cuenta la historia de unos hombres perdidos que luchan sin recursos, con una marina destrozada contra un ejército rico que los va a masacrar.

Pero para hacer esto el director nos tiene preparada una carta estupenda. El oficial al mando japonés, Tadamichi Kuribayashi (inconmensurable Ken Watanabe) ha tenido una estrecha relación con América. Para el resto de batallón es un simpatizante de los americanos y lo miran con recelo. Así que a través de una serie de flashbacks el director nos cuenta pequeños detalles acerca de este acercamiento de los dos países. Estupenda la escena de la recepción americana en la que le preguntan a Kuribayashi que en qué bando lucharía en caso de guerra y la mujer del comandante americano le dice a su marido que pobre de él, como tenga que enfrentarse a semejante general.

Clint Eastwood aprovecha esta relación del general con América para comparar ambas sociedades y todo lo hace a través de los ojos de dos chicos, dos soldados japoneses, un ex soldado de élite proscrito de la compañía por sus convicciones y Saigo, un panadero, padre de una niña que no conoce y que lo único que quiere es volver a casa.

Ambos se plantean si no será que los americanos son buenas personas. Si no será que en su país se equivocan y a lo mejor eso del honor es una patraña.


Ken Watanabe:
El Gregory Peck nipón

Para contestar a todo esto Eastwood juega sus cartas desequilibrando y volviendo a equilibrar su discurso, y poniendo las cosas en su sitio. Entonces muestra su juego y llega a la conclusión de que el honor a una patria no se puede imponer, que empieza siendo hacia su prójimo y hacia sí mismo. (no leas más si no la has visto) Porque Saigo aún sabiendo que está a salvo, rodeado de americanos que han ganado la guerra y que no tienen ninguna intención de matarlo se juega la vida, para luchar por el honor de su amigo, de su general muerto, y se mantiene en pie, como un héroe con una pala como única arma. El que se iba a entregar unos días antes, está luchando contra un montón de soldados enemigos apuntándole a la cabeza.



Y Eastwood es tan elegante que ni siquiera nos muestra su vuelta a casa. Pero nos muestra a Saigo mirando el mar. Su mar, el de Japón. Su país sigue ahí y lo espera.

La misma imagen que vio por última vez El general Kuribayashi que dio su vida por el imperio, pero antes, por un soldado que merecía conocer a su hija.

06 febrero 2007

Apocalypto

Apocalypto es una película de aventuras. Los que vayan buscando un documental sobre los mayas que no se molesten porque los guionistas han picoteado aquí y allá para armar una historia que demuestre la hipótesis con la empieza la película. El que quiera se puede poner a buscar paralelismo o a disfrutar del espéctaculo.


A Mel Gibson le han salido cientos de personas con las vestiduras rasgadas por el retrato de los mayas. Parece ser que no eran más que unos simpáticos indios que corrían por la selva como María lo hacía por Austria en Sonrisas y lágrimas.

¿Qué hay cosas mal representadas y algún apaño para que todo cuadre? Seguro. Pero todas las películas históricas lo han hecho siempre en busca del espectáculo. Desde Cleopatra hasta Gladiator, por más que algunas se intenten colgarse medallas de ser muy fieles.


De un tiempo a esta parte me siento como un inculto. Cada vez que se hace un estreno resulta que todo el mundo es experto en la materia. Todos saben más que nadie de los romanos, de Alejandro Magno, de María Antonieta, de los mayas, de Johnny Cash, de Ray, de Leonardo Da Vici, de la fusión nuclear y de como quitar las manchas de las picotas. Pero yo en concreto de los mayas no tengo mucha idea y la verdad no me interesa de cara a la película.

En Apocalypto o Acorralado en la selva esmeralda, los buenos son unos y los malos los mayas. Lo único importante es si la acción tiene ritmo y las más de dos horas no se notan. En ese punto la película triunfa. Es muy entretenida y no se hace larga a pesar de que uno sabe lo que va a pasar. Se ha hablado largo y tendido de que la película es gore. Quién la defina como gore no ha visto gore en su vida. El que se saquen unos cuantos corazones y se corten cabezas no convierte algo gore, de hecho en Indiana Jones y el templo maldito la extracción del corazón es mucho más fuerte, además se muestra, al contrario que aquí. Sí que hay sangre a borbotones pero si se pegan bastonazos en la cabeza no creo que nadie esperara que saltara confeti.


Resulta curioso como Mel Gibson ha conseguido que en todo el mundo la gente lea subtítulos sin polémicas con esta forma radical de entender el cine que esta siguiendo. Esperemos que además de Clint Eastwood con Cartas desde Iwo Jima los directores se animen y la V.O. deje de estar desplazada a salas que en muchas ocasiones tienen poco de cines.